Era un día cualquiera para la mayoría de la gente, pero no
para el matrimonio Martínez. El calor del mediodía se filtraba por las cortinas
del comedor, cargando el ambiente de una tensión sofocante.
Raúl Martínez, de 35 años, cabello negro y complexión
delgada, se acomodaba nervioso en la silla. Sus manos sudaban, su mirada iba de
un lado a otro, incapaz de contener la ansiedad.
—Ya casi es hora… —dijo en voz baja, como si lo que estaba a
punto de suceder necesitara ser confesado y no anunciado—. Te lo prometo,
después de esto haré todo lo que pueda para que no vuelva a repetirse. Gracias,
amor… gracias por hacerlo por mí.
Keyla lo miró con una media sonrisa temblorosa. Trató de
sonar segura, pero en sus ojos se notaba el mismo cosquilleo de nervios.
—No te preocupes, cariño… no es muy diferente a cuando
posaba de modelo en lencería. Tú sabes…
Keyla era una de las razones de los nervios de Raúl, y
también la fuente de todo su deseo. Su rostro hermoso parecía tallado a mano:
labios gruesos y carnosos, ojos intensos, una melena oscura que caía sobre sus
hombros con descuido calculado. El vestido largo, de tela ligera y estampado de
flores azules, se pegaba a su piel por el calor, dibujando con descaro la curva
perfecta de sus nalgas. El escote dejaba escapar la presión de unos senos
enormes, de copa J, firmes, pesados, irresistibles.
Raúl tragó saliva. No había vestido que pudiera ocultar
semejante manjar. El escote generoso parecía un reto, una invitación a hundir
el rostro entre ellos, a perderse en su suavidad.
Pero lo que más lo perturbaba era la parte inferior: ese
trasero redondo, amplio y firme que parecía imposible para su cintura tan
estrecha. Cada movimiento que hacía Keyla al cruzar las piernas o ajustar su
postura lo hacía balancearse apenas, como si estuviera provocando sin
proponérselo. La tela ligera del vestido dejaba adivinar la forma perfecta, y
la palidez de su piel prometía un espectáculo aún mayor cuando el vestido
terminara en el suelo.
Ambos esperaban invitados, aunque llamarlos así era un
eufemismo. El matrimonio Martínez estaba hundido en deudas hasta el cuello. Las
llamadas de los bancos, las amenazas de embargo y los números en rojo eran una
soga que cada día se apretaba más alrededor de sus cuellos.
Raúl lo sabía: la culpa era suya. Su debilidad por las
apuestas lo había llevado a perder todo lo que tenían, y con cada derrota
arrastraba también a Keyla. El orgullo le dolía, pero más le dolía verla a ella
preocupada, contando monedas, resignándose a una vida que no merecía. La
salvación llegaría gracias a ella.
Keyla había sido modelo de lencería en sus años gloriosos.
Sus grandes nalgas aparecieron en revistas que aún hoy se vendían en
colecciones privadas, sus fotografías decoraban habitaciones de hombres que se
masturbaban pensando en ella, aunque jamás la conocieron en persona. Pero
cuando decidió casarse con Raúl, dejó todo aquello atrás: los flashes, los
aplausos, las sesiones interminables en ropa íntima. Se entregó a una vida
tranquila, lejos de las miradas.
Pero la industria es cruel con las mujeres. A sus 38 años,
intentó volver, intentó abrir las puertas del modelaje, y lo único que encontró
fue el silencio. Ya no la querían en pasarelas, ya no había catálogos
esperándola.
La última opción había sido siempre la más oscura. Una cinta
pornográfica.
Durante años, productores la habían buscado. Le ofrecían
fortunas por mostrar más de lo que las cámaras de lencería permitían. Querían
verla abierta, desnuda, gemiendo para el lente. Ella siempre había dicho que
no, convencida de que había límites que jamás cruzaría. Pero ahora… ahora ese
límite se desdibujaba.
El comedor estaba impregnado de un silencio denso. Keyla
jugueteaba con los dedos sobre la mesa, Raúl trataba de ocultar la ansiedad.
Ambos sabían que la decisión estaba tomada. En pocas horas, Keyla estaría
frente a las cámaras, no como modelo, sino como actriz porno.
Ella lo pensaba en silencio: ¿cómo sería sentirse observada
por miles de ojos anónimos? ¿Cómo sería saber que su cuerpo, ese cuerpo que
había sido solo para Raúl durante tantos años, iba a ser compartido, devorado,
reproducido una y otra vez en pantallas desconocidas? Una parte de ella sentía
miedo… pero otra parte, escondida y prohibida, sentía un cosquilleo excitante.
Raúl la miraba de reojo. Su esposa estaba más hermosa que
nunca. El vestido de flores se pegaba a sus curvas, sus tetas enormes parecían
querer escapar del escote, y aquel culo perfecto tensaba la tela con cada
movimiento de sus caderas. El sudor en su cuello brillaba bajo la luz, y en su
mirada había algo distinto: nervios, sí, pero también un fuego que él
reconocía.
—No tienes que hacerlo si no quieres —dijo Raúl al fin, con
voz quebrada. No sabía si era verdad o si simplemente quería convencerse a sí
mismo.
Keyla lo miró, esbozó una sonrisa suave y peligrosa.
—Ya es tarde para echarse atrás, cariño. Además… —se inclinó
hacia él, dejando que sus pechos casi rozaran la mesa— …tú sabes que hare lo
que sea siempre y cuando tu estes ahí para verme y después consolarme cuando
termine.
La confesión lo dejó helado. Raúl sintió que su miembro se
endurecía de golpe, al imaginarla no solo aceptando, sino disfrutando lo que
estaba a punto de hacer. Celos, deseo y vergüenza se mezclaban en su pecho.
El reloj seguía marcando los segundos, cada uno más pesado
que el anterior. Los invitados, si es que podían llamarse así, estaban a punto
de llegar. Pasaron apenas siete minutos, pero para Raúl y Keyla fue una
eternidad. El silencio de la casa estaba cargado de ansiedad, de respiraciones
contenidas, hasta que el timbre sonó, seguido de tres golpes firmes en la
puerta principal.
Raúl y Keyla intercambiaron una mirada. Ella tragó saliva,
él apretó la mandíbula. No había vuelta atrás.
Se dirigieron a la sala de estar. El camino hacia la puerta
fue como una procesión: cada paso resonaba con el eco de lo prohibido. Raúl
extendió la mano, dudó un segundo, y finalmente abrió.
La puerta se abrió como una sentencia. Tres hombres cruzaron
el umbral, acompañados de un camarógrafo que cargaba un maletín repleto de
lentes y equipo de iluminación. El aire de la casa cambió de inmediato. Ya no
era un hogar, sino un escenario dispuesto para registrar el pecado.
No eran “invitados”. Eran actores porno, contratados para
compartir escena con Keyla.
El primero fue Mike: alto, moreno, el cuerpo trabajado en
gimnasio, los músculos tensos hasta en el cuello. Caminaba como un depredador,
con los ojos clavados en ella desde el primer instante. Keyla sintió cómo ese
escrutinio la desnudaba sin permiso.
El segundo era Jorge, piel clara, brazos tatuados, sonrisa
torcida. Era el que más disfrutaba del ambiente, como si todo aquello fuera un
juego en el que él tenía ventaja. Cada vez que su mirada se cruzaba con la de
Raúl, una chispa burlona le iluminaba los ojos.
El tercero, Mario, imponía sin necesidad de gestos. Era
mayor, barba canosa, ojos fríos. Un veterano en el oficio. Sus pasos eran
tranquilos, medidos, pero con una seguridad que hacía que incluso el silencio
pesara más cuando estaba cerca.
Cada uno traía un aire de dominio, de hombres que conocían
su papel y sabían perfectamente el efecto que causarían en la mujer que los
esperaba.
Keyla permanecía de pie, unos pasos detrás de Raúl. El
vestido de flores se le pegaba al cuerpo con descaro, resaltando sus tetas
enormes y su culo voluptuoso. Sus mejillas ardían, no sabía si de vergüenza,
miedo… o de otra cosa que no quería confesar en voz alta.
Cuando los tres posaron sus miradas sobre ella, Keyla sintió
que el suelo se hundía bajo sus pies. No había compasión en esos ojos: solo
hambre. Se la devoraban como lobos al descubrir a la presa. Y, en el fondo, esa
mirada la excitaba.
—Así que esta es su mujer —dijo Mike, sin apartar la vista
de sus senos.
—Vaya joya, señor —añadió Jorge con tono lascivo—. Con esas
tetas y ese culo, la cámara va a reventar.
Mario no habló. Solo sostuvo la mirada de Keyla, inmóvil,
como si con eso ya la tuviera sometida.
Raúl sintió un nudo en la garganta. Los celos lo atravesaban
como cuchillos, pero al mismo tiempo, la dureza creciente bajo su pantalón lo
delataba.
El camarógrafo comenzó a montar los equipos, desplegando
trípodes y focos. La sala de estar se transformó en un set improvisado. La luz
blanca y artificial bañó el espacio, arrancándole al lugar toda intimidad
doméstica. Ahora era un escenario, y Keyla, la protagonista.
Ella respiró hondo. Sabía que debía hacerlo. Sus ojos se
encontraron con los de Raúl, buscando un último gesto de aprobación, de
complicidad. Él solo asintió, incapaz de hablar.
—Relájate, preciosa —dijo Mike, acercándose y tomándola
suavemente de la barbilla, obligándola a levantar el rostro—. Hoy vas a brillar
como nunca lo imaginaste.
La voz grave del hombre le recorrió la piel como una
descarga. El corazón de Keyla golpeaba en el pecho.
Jorge se acercó un poco más, caminando en círculos a su
alrededor, como un cazador que inspecciona a la presa antes de hincar el
diente.
—Mírate… —murmuró con esa sonrisa torcida—. Ese vestido no
hace justicia a lo que tienes. La cámara necesita más… mucho más.
Mario, mientras tanto, se acomodó en el sillón. No decía
nada, pero su sola presencia imponía. Tenía los brazos cruzados, los ojos
clavados en ella, como un juez que evaluaba cada centímetro de su cuerpo.
Raúl observaba todo, paralizado. Su respiración estaba
agitada, el sudor le resbalaba por la frente. Quería detenerlo, pero también
quería ver. Quería huir, pero también se moría de ganas de saber cómo
reaccionaría Keyla cuando la tocaran otros hombres.
El camarógrafo ajustó el lente, enfocando directo al escote
del vestido.
—Cámara lista. Luces listas.
El silencio fue brutal. Keyla sintió las piernas temblar,
pero se mantuvo firme. El momento había llegado.
—Bueno, pongámonos de acuerdo —dijo el camarógrafo, un joven
de 28 años llamado Damián, cabello negro perfectamente peinado, con una voz
firme y acostumbrada a dar órdenes—. Tendremos una pequeña escena aquí mismo.
Ustedes tres van a desvestirla y van a manosearla, sobre todo su coño.
Improvisen un poco, hagan que se vea natural. Y tú, Keyla… hazlo como si lo
disfrutaras. Si no lo disfrutas, finge que es placer.
Keyla tragó saliva. Aquellas palabras la atravesaron como
cuchillos: “desvestirla”, “manosearla”. Sabía que era lo que había aceptado,
pero escucharlo en voz alta lo volvía real, inevitable.
—Podrían no ser tan bruscos con ella, es nueva en esto
—intervino Raúl, dando un paso hacia adelante. Su voz sonaba tensa, insegura,
como un marido que trataba de proteger lo que en realidad ya había entregado.
Damián lo miró con una mueca de fastidio.
—Señor, somos profesionales. Usted contactó a Culiovers
Studios para hacer esta película, ¿no? Nosotros sabemos lo que vendemos. Y le
pagaremos muy bien por ello, pero para que haya ganancias necesitamos que esto
salga lo más morboso posible. La gente no paga por ver ternura… pagan por ver
lujuria, por ver a su esposa usada como una verdadera estrella porno.
Raúl apretó los dientes. Sentía que el suelo se le abría,
pero no podía dar marcha atrás.
—Sí… lo sé. Solo digo… ¿no se ganará más por el hecho de que
prestamos nuestra casa?
Damián soltó una carcajada breve y seca.
—No se confunda. Nadie pagará un centavo extra porque el set
sea su sala. Lo único que importa aquí es ella —dijo señalando a Keyla con el
mentón—. Su cuerpo, su manera de gemir, lo que haga frente a las cámaras. Eso
es lo que venderá.
Keyla bajó la mirada un instante, sintiendo cómo las
palabras la reducían a un objeto. Y sin embargo, la electricidad que recorría
su piel no era solo de vergüenza. Parte de ella, oculta durante años, se
excitaba al saberse observada, deseada por varios hombres a la vez.
Mike dio un paso hacia ella, su sombra la cubrió como un
muro.
—No te preocupes, preciosa. Vamos a tratarte como a una
reina… aunque no sea con delicadeza —susurró, mientras la recorría con los
ojos.
Jorge se rió por lo bajo, relamiéndose los labios.
—La reina del porno, eso es lo que será después de hoy.
Mario permaneció en silencio, sentado en el sillón con la
calma de un depredador paciente, pero sus ojos clavados en el culo de Keyla
decían más que cualquier palabra.
Raúl lo veía todo, el pecho agitado, la mandíbula temblando.
La sensación era insoportable: protegerla o dejar que todo siguiera. Celos,
humillación… y una erección que no lograba ocultar.
Damián levantó la cámara, enfocando directamente a Keyla.
—Muy bien. Cámara lista. Luces listas. Vamos a rodar.
El momento de verdad había llegado.
Damián ajustó la cámara al hombro, el lente apuntando
directo al cuerpo de Keyla.
—Acción —dijo con voz firme.
Mike fue el primero en moverse. Se acercó sin titubear y
deslizó una mano por la cintura de Keyla, atrapándola con fuerza. El contraste
era brutal: el moreno musculoso y la mujer temblorosa bajo su control. Sus
dedos subieron por su costado hasta llegar al escote, apretando sin pudor el
bulto de uno de sus pechos.
Keyla ahogó un gemido, mezcla de sorpresa y de ese placer
prohibido que la quemaba por dentro.
—Mmm… —Mike sonrió—. Pesados, firmes… justos para la cámara.
Jorge se colocó detrás de ella, pegándose tanto que su
erección se marcó contra el enorme culo de Keyla. Le apartó un mechón de
cabello del cuello y le susurró al oído:
—Relájate, preciosa… vas a disfrutarlo más de lo que
imaginas.
Mientras tanto, Mario se levantó del sillón y, con calma, se
paró frente a ella. No dijo nada, simplemente tomó el tirante del vestido y lo
bajó lentamente, dejando al descubierto un hombro blanco, perfecto bajo la luz.
Luego el otro. La tela fue cediendo, resbalando por el escote.
Raúl apretaba los puños al costado. Veía cómo su mujer, la
que había guardado solo para él durante tantos años, ahora era desnudada frente
a otros hombres… y una cámara. Su respiración era pesada, sus pantalones
tensos, la mezcla de humillación y deseo lo estaba volviendo loco.
El vestido cayó hasta la cintura, revelando un sujetador
negro de encaje que apenas contenía esas tetas descomunales. La cámara se
acercó de inmediato, captando cada detalle.
—Mírate… —murmuró Jorge, apretando con ambas manos las
caderas de Keyla desde atrás y frotando su erección contra su trasero—. Naciste
para esto.
Mario deslizó los dedos por encima del sujetador, apretando
con calma cada pecho hasta hacerla gemir. Mike, sin paciencia, se agachó frente
a ella y comenzó a subir la falda del vestido, descubriendo poco a poco los
muslos firmes, la tanga diminuta que ya estaba húmeda.
—Está mojada… —dijo Mike con una sonrisa torcida,
presionando dos dedos contra el encaje—. Y apenas empezamos.
Keyla cerró los ojos, su respiración agitada delataba que no
era solo actuación. Había placer real en lo que sentía, aunque parte de ella
quisiera negarlo.
—Más sucia… —ordenó Damián tras la cámara—. Quiero que se
vea como si lo hubieras esperado toda tu vida.
Los tres hombres obedecieron: Jorge lamía su cuello, Mario
pellizcaba sus pezones a través del encaje, y Mike frotaba su sexo sobre la
tela empapada, arrancándole gemidos cada vez más intensos.
Raúl estaba paralizado. La escena lo destrozaba por dentro…
pero su erección palpitante le decía que estaba disfrutando cada segundo.
La cinta había comenzado, y Keyla ya no era solo su esposa:
ahora era la estrella del show.
Mike tomó uno de los tirantes del sujetador de encaje negro
y lo deslizó lentamente por el hombro de Keyla. La tela cedió con suavidad,
pero sus tetas quedaron atrapadas por el encaje, firmes y pesados,
perfectamente formados. Sus pezones, grandes y rosados, se alzaron bajo la
presión de la luz y la respiración contenida de la mujer. Mike no pudo evitar
rozarlos con las yemas de los dedos, provocando un gemido ahogado que se escapó
de los labios de Keyla.
—Dios… —murmuró Jorge, acariciando su cadera mientras su
erección se frotaba contra el trasero de Keyla—. Mira estos pechos… perfectos,
duros, listos para la cámara.
Mario, con calma implacable, se acercó y tomó la parte
inferior del sujetador. Con un movimiento lento y seguro, lo desabrochó y lo
retiró completamente. Los senos de Keyla quedaron al descubierto, redondos,
firmes y tentadores. Sus pezones se endurecieron aún más bajo la mirada de los
tres hombres y la cámara, y ella no pudo evitar arquear ligeramente la espalda
ante el contacto de sus manos.
Mike sonrió, deslizando las manos por debajo de sus pechos,
sintiendo el peso y la firmeza mientras los manipulaba suavemente, pellizcando
los pezones de manera experta. Keyla gimió con fuerza, cada gemido amplificado
por la anticipación y el deseo.
—Ahora vamos con la parte trasera —dijo Jorge, con tono bajo
y provocador—. Vamos a descubrir lo que esconde ese trasero perfecto.
Con movimientos coordinados, los tres hombres comenzaron a
subir lentamente la falda del vestido. La tela se deslizó sobre sus caderas,
dejando al descubierto su culo amplio y firme. La piel blanca resaltaba bajo la
luz, tersa y suave, mientras los dedos de Jorge y Mike lo acariciaban con
firmeza, marcando surcos en su carne. Cada toque, cada pellizco, provocaba que
Keyla se arquease más, mostrando con orgullo ese cuerpo que había sido solo de
Raúl hasta ese momento.
Mario se acercó por detrás y frotó ambas nalgas, apreciando
la textura y la forma perfecta. Keyla gimió otra vez, mezclando vergüenza y
excitación, consciente de que su marido lo estaba viendo todo, incapaz de
detener el espectáculo.
—Mira esto, Raúl… —susurró Mike—. Su culo, sus tetas… y
todavía queda mucho por delante.
Keyla respiraba agitadamente, los pechos vibrando con cada
roce, el culo palpitando bajo las manos expertas de los hombres. La cámara
captaba cada detalle, cada gesto, cada gemido, mientras la tensión y el deseo
se mezclaban en el aire cargado del salón.
Mike deslizó una mano entre los muslos de Keyla,
separándolos suavemente. Su palma encontró la humedad de su coño a través de la
tanga, rozando los labios hinchados y húmedos. Keyla gimió, arqueando la
espalda mientras sus pezones palpitaban bajo las manos de Mario y Mike, y su culo
firme era presionado y acariciado por Jorge.
—Tan húmeda… —murmuró Mike, pasando los dedos por sus labios
húmedos—. Estás lista para esto, preciosa.
Keyla, con los ojos cerrados y respirando agitadamente,
sentía cómo cada latido de su corazón recorría todo su cuerpo, mezclando
placer, excitación y un deseo casi salvaje. La humedad entre sus piernas se
volvía cada vez más intensa, su piel brillaba de sudor y sus pechos se alzaban
con cada respiración, los pezones duros y sensibles marcando su entrega
completa.
Sin apartar la mirada de los hombres, comenzó a acariciar
los penes de los tres actores. Primero lo hizo con delicadeza, recorriendo sus
vergas erectas con la punta de los dedos, explorando cada venita, cada curva y
dureza, como si quisiera memorizar cada detalle de ellos. La piel cálida y
tersa le transmitía una corriente de excitación que se expandía por todo su
cuerpo.
Mike y Jorge se estremecieron bajo sus manos expertas,
arqueando la espalda y dejando escapar jadeos graves y entrecortados. Cada
caricia de Keyla parecía diseñada para provocar el máximo placer, alternando la
presión, el roce y los movimientos circulares, humedeciendo sus dedos con la
anticipación de la eyaculación. Mike cerró los ojos, apretando los puños,
mientras Jorge soltaba un gemido profundo, casi ronco, presionando sus caderas
contra la palma de Keyla, como si quisiera hundirse en ella sin tocarla.
Mario, en cambio, permanecía inmóvil, observando con una
sonrisa fría, pero con los ojos brillando de intensidad y provocación. Su verga
dura se tensaba bajo la mirada de Keyla, y aunque no intervenía de inmediato,
cada pequeño movimiento de sus manos sobre los otros dos hombres lo excitaba
visiblemente. Su respiración era lenta, medida, pero cada exhalación parecía
cargar la habitación con electricidad.
Keyla, sintiendo el calor de sus cuerpos y la rigidez bajo
sus dedos, comenzó a variar sus movimientos: ahora más firme, ahora más rápida,
alternando las presiones y ajustando la velocidad según la reacción de cada
uno. Su lengua jugaba con el aire mientras sus labios se entreabrieron, jadeos
suaves escapando de su garganta. Sus manos se deslizaban con destreza,
recorriendo los ejes palpitantes, sintiendo cómo cada hombre respondía de
manera diferente a su tacto: un temblor aquí, un gemido allá, un gruñido bajo
de satisfacción.
El calor y la humedad llenaban la sala. El olor a sudor,
piel caliente y deseo era casi palpable, mezclándose con los jadeos graves y
húmedos de los hombres. Keyla se inclinaba hacia ellos, respirando sus olores,
dejando que sus dedos recorriesen la longitud de cada miembro, con un ritmo que
era a la vez provocador y completamente entregado. Cada movimiento suyo parecía
marcar un mensaje silencioso: ella estaba allí para dar placer, para dominar y
provocar, y no había vuelta atrás.
Mike arqueó la espalda y presionó su verga más fuerte contra
la palma de Keyla, mientras Jorge jadeaba con fuerza, sus dedos aferrando el
respaldo del sillón. Mario finalmente movió un paso más cerca, sus ojos oscuros
fijos en Keyla, y su respiración se aceleró apenas, anticipando lo que vendría.
La tensión sexual en la habitación era casi insoportable, y Keyla, con un leve
temblor en las piernas, sabía que estaba a punto de llevarlos al límite del
placer con solo sus manos y su entrega absoluta.
Pronto, Keyla inclinó la cabeza y se acercó a cada uno de
ellos, sin prisa, con un magnetismo animal que parecía atraparlos en un juego
imposible de detener. Sus labios se encontraron primero con los de Mario,
besándolo con fuerza, dejando que su lengua invadiera su boca y lo hiciera
gemir desde lo más profundo del pecho. Se escuchaba el chasquido húmedo de las
lenguas entrelazándose, un sonido sucio y excitante que llenaba la habitación.
Sin soltarlo del todo, giró hacia Jorge. Esta vez el beso
fue lento, casi como una provocación. Su lengua acariciaba apenas la de él,
como si quisiera saborearlo poco a poco, antes de hundirse con avidez en su
boca y dejarlo sin aire. Jorge jadeó contra sus labios, sujetándole la nuca con
desesperación, como si no quisiera soltarla jamás.
Keyla sonrió apenas, con el brillo lujurioso en los ojos, y
se inclinó hacia Mike. Él ya estaba temblando de la anticipación, su
respiración entrecortada. El beso fue húmedo, profundo, de esos que parecen
devorar. Su lengua se enredó con la de Mike con una avidez descarada,
haciéndolo gruñir de placer. El roce de sus bocas era salvaje, húmedo, cargado
de saliva que se mezclaba y chorreaba por las comisuras, hasta dejar un hilo
brillante cayendo por el mentón de ella.
El calor de la escena era sofocante. Cada beso arrancaba
gemidos ásperos y entrecortados de los hombres, como si no bastara, como si
necesitaran más. El cuerpo de Keyla, arqueado entre ellos, se movía con la
misma naturalidad que un animal en celo, exigiendo, entregando, provocando.
Raúl, en cambio, los observaba. Estaba paralizado, con los
ojos muy abiertos y el rostro enrojecido, atrapado entre el pudor y la
excitación. Sus manos sudaban, sus labios estaban entreabiertos, y aunque no
quería admitirlo, el ver a su esposa repartiendo su boca entre esos hombres lo
mantenía duro, palpitante, incapaz de apartar la mirada. Su respiración era
cada vez más ruidosa, sus ojos no sabían a cuál beso seguir, y por momentos
parecía que iba a romper en un gemido desesperado.
—Eso es… —susurró Mike, jadeando—. Sigue así… me estás
volviendo loco.
Jorge empujó ligeramente sus caderas contra ella,
disfrutando de cómo Keyla los provocaba con los labios y las manos. Mario,
finalmente, decidió acercarse, acariciando con firmeza sus pechos mientras la
besaba con intensidad, arrancándole gemidos de placer y sumisión.
El camarógrafo, Damián, movía la cámara en círculos,
captando cada detalle: los pezones erectos de Keyla, sus gemidos, el culo firme
siendo acariciado y presionado, y las manos húmedas que masturbaban a los
hombres mientras sus labios los provocaban con besos. La habitación estaba
cargada de un erotismo casi palpable, donde la humillación y el placer se
entrelazaban con cada gesto.
Raúl permanecía allí, impotente, viendo cómo su esposa, la
mujer que siempre había sido solo suya, entregaba cada centímetro de su cuerpo
a otros hombres, mientras la cámara registraba todo. La mezcla de celos,
excitación y desesperación lo tenía al borde de la locura.
Keyla no podía negar la realidad: estaba disfrutando,
fingiendo y entregándose a la vez. Cada caricia, cada beso, cada gemido
aumentaba la tensión, y ella se perdía en el deseo de ser vista, deseada y
registrada como nunca antes.
Keyla descendió lentamente, arrodillándose en medio de los
tres hombres. Su respiración se aceleraba al sentir la sombra de sus cuerpos
cerrarse sobre ella.
—Los tres, pónganle sus vergas en la cara —ordenó Damián,
ajustando la cámara con calma y un destello de excitación en los ojos.
Mike fue el primero en acercarse. Alto, moreno, el cuerpo
trabajado en el gimnasio, cada músculo tenso hasta en el cuello. Caminaba como
un depredador, con los ojos clavados en ella desde el primer instante. Al bajar
el pantalón deportivo, su verga saltó libre: gruesa, venosa, de un tamaño que
imponía respeto. El glande oscuro brillaba con una humedad que dejaba claro que
llevaba tiempo duro, palpitando, listo para hundirse en cualquier parte de
ella. Keyla tragó saliva; solo con verlo, sintió que el aire se le atascaba en
la garganta.
Jorge fue el segundo. Piel clara, brazos tatuados, sonrisa
torcida. Era el que más disfrutaba del ambiente, como si todo aquello fuera un
juego en el que él llevaba ventaja. Se bajó la cremallera con descaro, sin
prisa, y dejó caer su pantalón. Su verga era más larga que la de Mike, recta,
con venas finas que la recorrían como raíces marcando cada latido. El glande,
rosado y brillante, parecía desafiarla a probarlo. Jorge se rió entre dientes,
mirando a Raúl de reojo con esa chispa burlona que encendía todavía más la
humillación.
El tercero, Mario, imponía sin necesidad de gestos. Era
mayor, barba canosa, ojos fríos. Un veterano en el oficio, con pasos tranquilos
y medidos. Al desabrochar el cinturón y dejar caer sus pantalones, Keyla se
encontró con la verga más pesada de las tres. No era la más larga, pero sí la
más ancha, gruesa como un tronco. El prepucio se deslizó apenas, revelando un
glande carnoso, húmedo y brillante. La simple presencia de aquella verga
llenaba la habitación de un peso nuevo, casi insoportable.
Raúl, detrás de Damian, apenas podía respirar. Su erección
golpeaba contra la tela de su pantalón, rogando por salir. Y sin embargo,
estaba paralizado, prisionero del espectáculo. Su esposa, la mujer con la que
había compartido todo, estaba arrodillada ante tres hombres que la rodeaban
como bestias, exhibiendo sin pudor la dureza de sus vergas frente a su cara.
Los tres se acercaron a ella como animales hambrientos. Sin
esperar otra orden, empezaron a frotar sus vergas contra la cara de Keyla. Al
principio fueron roces lentos, rozando su piel suave, dejando marcas húmedas de
preseminal en sus mejillas y labios. Ella cerró los ojos y abrió la boca
instintivamente, respirando el olor intenso, masculino, que la rodeaba.
Keyla estaba perdida en el calor del momento, sumisa y
encendida. Su piel blanca brillaba bajo la luz artificial, y cada respiración
hacía temblar sus tetas enormes, copa J, que rebotaban con cada movimiento. Su
trasero amplio se arqueaba apenas hacia atrás, como si su cuerpo pidiera más,
mucho más de lo que estaba recibiendo.
Los falos enormes de los tres se turnaban en su rostro: el
de Mike golpeaba fuerte contra su mejilla, haciéndola girar la cabeza con cada
impacto; el de Jorge se deslizaba por sus labios, pintándolos de humedad
mientras le rozaba la punta en la boca, probando qué tanto resistiría antes de
abrirla de par en par; y el de Mario, pesado, implacable, caía sobre su frente
y luego descendía hasta aplastar sus senos.
Ella gimió apenas, un sonido ahogado de placer y vergüenza
mezclados. No se resistió. Sus tetas fueron entonces el siguiente campo de
juego: los tres hombres dejaron que sus vergas se hundieran entre la carne
abundante, golpeando sus pezones erectos y dejando rastros brillantes en cada
movimiento. Las cabezas enrojecidas de sus miembros desaparecían y aparecían
entre la montaña blanca de sus senos, golpeándola, marcándola, convirtiendo su
pecho en un altar de lujuria.
Raúl no podía dejar de mirar. Veía cómo su esposa, su mujer,
recibía esas vergas con una entrega animal, y en lugar de detenerlo, su propia
verga lo traicionaba, palpitando cada vez más fuerte, empapando de preseminal
la tela de su pantalón.
Los tres hombres la rodeaban, marcando su piel con la dureza
de sus vergas. Keyla abrió los ojos, respirando agitada, con la cara brillante
por los rastros de preseminal. Sus labios carnosos temblaban, deseosos, y al
fin se inclinó hacia la que tenía más cerca.
Mike fue el primero. Su verga gruesa, oscura y palpitante le
golpeó los labios hasta que ella los abrió, envolviendo el glande con una
succión húmeda que lo hizo gemir de inmediato. Keyla cerró los ojos y se
hundió, dejando que la punta le rozara la garganta. Su lengua lo recorría con
hambre, saboreando cada vena tensa.
Jorge no tardó en reclamar su turno. Con una sonrisa
torcida, sujetó su verga y la frotó contra la mejilla de ella mientras
esperaba. Keyla se apartó apenas de la de Mike, dejando un hilo de saliva
brillante, y se inclinó hacia la suya. Abrió la boca y lo chupó de golpe,
dejándolo deslizarse con un gemido ahogado. Jorge lanzó una carcajada,
satisfecho, sujetando su cabeza para que lo tragara más hondo.
Mario, paciente, simplemente la observaba, con sus ojos
fríos clavados en ella. Cuando Keyla apartó la boca de Jorge, jadeando, fue él
quien la tomó del cabello y guió su rostro hacia abajo. Su verga pesada golpeó
sus labios, y cuando ella la chupó, el grosor la obligó a abrir la boca hasta
el límite. Las arcadas fueron inevitables, pero no retrocedió: su lengua lo
rodeó, chupando con fuerza, mientras sus ojos se nublaban de lágrimas. Mario
gruñó con satisfacción, manteniendo el ritmo con un vaivén lento y cruel.
Keyla pasaba de una a otra, babeando, con el maquillaje
corrido y la saliva chorreando de su barbilla. Ella se levantó. Sus tetas se
apretaban contra el pecho de Mike, su trasero arqueado contra las piernas de
Jorge, mientras su garganta aún tenía el sabor del tronco de Mario.
Raúl ya no podía contenerse. Se bajó el pantalón, dejando
que su verga dura y temblorosa quedara libre. Se masturbaba viendo cómo su
esposa chupaba vergas como si fuera lo único que supiera hacer en la vida. El
sonido húmedo de las succiones, los gemidos graves de los hombres y los jadeos
de Keyla llenaban la sala, convirtiendo el lugar en un escenario de puro porno
casero.
—Muy bien, ahora la penetración —dijo el camarógrafo,
Damián, acomodando la cámara mientras se percataba de lo que hacía Raúl. No era
la primera vez que veía a un marido incapaz de resistirse, así que no le dio
importancia.
Mario, el veterano, tomó el control de la situación con
calma implacable. Con una mano firme, guio a Keyla a la siguiente parte de la
escena. Mike se sentó en el sillón, su verga erecta apuntando directo al rostro
de ella, palpitante, húmeda en la punta.
—Abajo, perra —ordenó Mario, y Keyla obedeció. La recostó
boca abajo sobre el sofá, el trasero elevado, las tetas colgando pesadas y
apretadas contra el pecho de Mike.
De inmediato, Keyla abrió la boca y atrapó el pene de Mike,
succionando con desesperación. Con una de sus manos alcanzó la verga de Jorge,
que no dejaba de sonreír con esa malicia burlona, y empezó a masturbarlo con
fuerza.
Mario, detrás de ella, se acomodó sin prisa, apuntando su
falo grueso hacia la entrada húmeda y temblorosa de Keyla. La punta presionó su
coño, frotando apenas, abriendo con dificultad esa estrechez que hasta entonces
había sido reclamada solo por su marido, Raúl.
Mario empujó despacio al principio, haciendo que la cabeza
se hundiera poco a poco, estirando esa carne íntima que lo recibía con
resistencia y placer mezclados. Keyla gimió ahogada, la boca aún llena de la
verga de Mike, que la obligaba a callar cualquier palabra. Sus ojos se llenaron
de lágrimas, no solo por la garganta invadida, sino por la sensación brutal de
tener dentro de ella el miembro más grueso de todos.
Raúl observaba en silencio, paralizado, con la verga en su
mano. La escena lo destruía y lo excitaba a la vez. Su esposa, la mujer a la
que había jurado fidelidad, estaba siendo abierta, literalmente, por otro
hombre, delante de sus ojos. Esa zona que hasta entonces había creído suya era
penetrada sin piedad por el veterano, mientras los otros dos gozaban de su boca
y su mano.
Mario gruñó con satisfacción al hundirse un poco más. Cada
centímetro era una conquista, y lo hacía lento, saboreando la resistencia de
Keyla. Sus nalgas temblaban, su espalda se arqueaba, y sin embargo no se
apartaba. Al contrario, empujaba el culo hacia atrás, invitándolo a entrar más
profundo.
El aire se llenó de sonidos húmedos: la succión en la boca
de Mike, los jadeos de Jorge mientras la mano de Keyla lo pajeaba, y los
gemidos rotos de ella, ahogados por la carne que llenaba su garganta y su coño
al mismo tiempo.
Mario sujetó con firmeza las caderas de Keyla, sus dedos
clavándose en la carne blanda de su culo. Empujó de nuevo, esta vez con más
fuerza, y su verga gruesa fue cediendo paso en la estrechez ardiente que la
recibía. Keyla arqueó la espalda con un gemido ahogado; la boca aún atrapaba la
verga de Mike, que la mantenía bien dentro de su garganta, mientras su mano
seguía bombeando la de Jorge.
—Eso es… trágatela toda —gruñó Mike, empujando sus caderas
hacia adelante, hundiendo su glande hasta lo más profundo de la boca de Keyla.
La saliva chorreaba por la comisura de sus labios, mojando su pecho, brillando
sobre sus tetas gigantes que rebotaban con cada embestida.
Mario terminó de hundirse por completo en ella con un solo
golpe seco. La carne de Keyla se estremeció, su culo tembló al sentir cómo la
verga más gruesa de todas se enterraba hasta el fondo de su coño, estirándola,
llenándola de una manera brutal y placentera al mismo tiempo.
—Míralo bien, Raúl —escupió Jorge, burlón, mientras se
dejaba masturbar por la mano húmeda de su mujer—. Ese coño que jurabas tuyo ya
no lo es.
Raúl tragó saliva, masturbándose más rápido, con el rostro
enrojecido entre la humillación y la excitación.
Mario comenzó a follarla con fuerza. Sus embestidas eran
profundas, pesadas, cada golpe hacía que sus tetas se aplastaran contra el
vientre de Mike y que la verga de este se deslizara aún más hondo en su
garganta. Keyla gemía ahogada, su cuerpo entregado sin reservas, atrapada entre
tres vergas que la usaban como querían.
El sofá crujía con cada movimiento, la sala se llenó del
sonido de carne chocando contra carne, de succión húmeda, de jadeos graves y
gruñidos masculinos. Keyla no era más que un cuerpo rendido, chupando, mamando,
recibiendo, su trasero elevado y abierto para el veterano que la destrozaba con
cada embestida.
—Así, perra… abre más —murmuró Mario, aumentando el ritmo,
golpeando sus nalgas con fuerza mientras la penetraba sin freno.
La escena era un caos perfecto: Mike tirando de su cabello
para que no soltara su verga, Jorge empujando su glande contra la palma húmeda
de su mano, y Mario follándola con una brutalidad que borraba cualquier rastro
de pudor.
Raúl, con la verga empapada en su propia mano, estaba al
borde, viendo cómo su esposa era usada como nunca lo había hecho él.
Mario no tardó en marcar su territorio. La sujetó con fuerza
del cabello y del culo, follándola con embestidas duras y profundas hasta que
Keyla gimió sin aire, la boca aún llena de la verga de Mike, que se palpitaba
con cada movimiento de su cabeza. Su piel blanca brillaba bajo la luz
artificial, cubierta de sudor y saliva, y sus tetas gigantes se agitaban con
cada vaivén de su cuerpo, aplastándose contra el abdomen de Mike. La sala
entera se llenaba con los jadeos graves de los hombres, los golpes húmedos de
carne chocando y los gemidos ahogados de Keyla, que parecía perderse entre
placer y dolor.
De pronto, Mario gruñó y salió de ella con un golpe brusco,
dejando su falo húmedo y brillante sobresaliendo de su coño mientras le daba
una nalgada sonora que hizo temblar la habitación.
—Ya está lista… ahora te toca a ti —dijo, pasando la mirada
a Jorge, que sonrió con una mezcla de burla y hambre, ansioso por volver a
hundirse en ella.
Jorge se acomodó detrás sin perder un instante. Su verga
larga, venosa y dura se deslizó con facilidad entre sus nalgas, entrando de una
sola estocada que hizo arquear la espalda de Keyla y soltar un gemido ronco
alrededor del pene de Mike. Cada centímetro de su miembro encontraba
resistencia en su culo, que se contraía con fuerza, y Jorge disfrutaba de cada
choque húmedo y cada temblor de sus caderas.
—Qué puta más apretada —rió, agarrando sus caderas con
fuerza, empujándola contra él con un ritmo rápido y casi salvaje, cada
embestida haciendo que el aire se llenara de gemidos húmedos y saliva.
Keyla apenas podía con todo. Su boca seguía tragando a Mike
con desesperación, sus labios brillando de saliva y restos de preseminal,
mientras su mano trabajaba sobre la verga de Jorge, bombeándola con fuerza. Su
coño recibía cada embestida de forma intensa, apretando y liberando a cada
golpe. Sus tetas enormes rebotaban sin control, los pezones duros frotándose
contra el abdomen de Mike, que jadeaba y empujaba su cabeza más adentro,
disfrutando del calor húmedo de su boca.
Mike, disfrutando cada momento, empujó su verga aún más
profundo contra su garganta.
—Eso es… trágala, que se escuche cómo me la comes —gruñó,
arqueando sus caderas mientras Keyla seguía succionando sin freno.
Los sonidos húmedos llenaban la habitación: la succión en la
boca de Keyla, los golpes de Jorge en su culo, los gemidos ahogados de Raúl
observando cómo su compañera era usada sin respiro. La saliva goteaba por su
barbilla, mezclándose con las lágrimas que rodaban por sus mejillas, el
maquillaje corrido, dejando un rastro brillante sobre sus pechos y vientre. El
sofá crujía bajo el peso de la escena, los cuerpos entrelazados en un caos de
carne y placer.
Raúl, paralizado frente al espectáculo, se mordía los
labios, masturbándose con rapidez y fuerza. Cada vez que el rostro de su esposa
se levantaba, con los ojos vidriosos y el maquillaje corrido, su excitación y
humillación se mezclaban, haciendo que su pene palpitara con violencia. La veía
convertida en un objeto de puro placer, completamente rendida ante tres hombres
que la reclamaban con total descaro.
Finalmente, Jorge salió de ella con un gruñido satisfecho y
le dio una palmada fuerte en el culo, haciendo que su cuerpo temblara de nuevo.
—Ahora, es tu turno, Mike —dijo, mientras se apartaba,
jadeando.
Mike sonrió y se levantó del sillón, girando a Keyla boca
arriba. Sus tetas enormes se agitaban al aire, cubiertas de sudor y saliva,
brillando bajo la luz. Sin perder tiempo, se montó encima y la penetró de
golpe, hundiéndose hasta el fondo mientras Keyla gritaba de placer y sorpresa,
arqueando la espalda y apretando sus piernas contra su cuerpo.
—Mira cómo la hago mía —gruñó Mike, bombeando con fuerza,
los músculos tensos y brillando de sudor mientras su verga desaparecía por
completo dentro de ella.
Mario y Jorge se colocaron a los lados de su rostro, sus
vergas duras golpeando sus mejillas, marcando su boca con cada empuje. Keyla
estaba atrapada: un hombre dentro de su coño, los otros dos reclamando su boca,
cada uno dejando su marca húmeda sobre su cuerpo, como si fuera un trofeo que
les pertenecía a todos al mismo tiempo. Sus pechos rebotaban con cada
embestida, su trasero temblaba bajo los golpes de Mike, y su boca trabajaba sin
descanso, chupando y tragando, sumida en un placer salvaje que no le permitía
pensar en nada más.
Mike seguía bombeando dentro de Keyla, hundiéndose hasta el
fondo de su sexo húmedo y caliente, haciendo que su cuerpo se arquease con cada
embestida. Sus manos agarraban con fuerza sus caderas, marcando el ritmo,
mientras sus pechos gigantes, copa J, rebotaban sin control, chocando contra su
abdomen y contra la cara de Mike, cubierta de saliva y restos de preseminal. La
piel de Keyla brillaba por el sudor, pegajosa, cálida, con cada centímetro de
su cuerpo entregado al placer.
Mario y Jorge, a los lados de su rostro, disfrutaban de la
boca incansable de Keyla. Sus vergas duras y palpitantes golpeaban sus
mejillas, obligándola a mantener los labios cerrados alrededor de ellos,
chupando con fuerza, tragando saliva y semen mientras sus manos temblorosas
intentaban abarcar lo que no podía contener: los troncos calientes y duros de
los hombres que la reclamaban.
Mario fue el primero en romper la tensión. Con un gruñido
grave, su verga palpitante se tensó al límite y disparó un chorrito espeso
sobre la cara de Keyla. El líquido caliente le cubrió la frente, los labios,
las mejillas, mezclándose con la saliva y dejando un rastro brillante sobre su
piel blanca y húmeda. Keyla gimió, la lengua temblando mientras tragaba
instintivamente parte del semen, y el resto resbalaba por la barbilla hacia sus
pechos y abdomen.
Jorge no quiso quedarse atrás. Con un gemido profundo,
arqueó la espalda y liberó su propia eyaculación, cubriendo la otra mitad de su
rostro con un líquido espeso y caliente que se mezclaba con el de Mario. Keyla,
boca abierta, tragó una pequeña parte, mientras el resto empapaba sus mejillas
y caía sobre sus tetas brillantes. Sus lágrimas y el maquillaje corrido creaban
un lienzo húmedo de humillación y placer, una marca indeleble de lo que acababa
de recibir.
Mike, aún dentro de ella, tembló un instante y finalmente
eyaculó con fuerza dentro de su coño, llenándola por completo. Keyla sintió
cómo el calor espeso le inundaba el interior, apretando y contrayéndose
alrededor del miembro de Mike mientras un gemido ahogado escapaba de sus
labios. Su cuerpo temblaba, arqueándose para absorber cada embestida final,
atrapada en la saturación de placer y humedad que la recorría de pies a cabeza.
Raúl, observando todo frente al sofá, ya no pudo contenerse.
Su verga dura en la mano, empapada de preseminal, se tensó hasta que finalmente
derramó su semen en la palma. Sus jadeos y gemidos se mezclaban con los de
Keyla y los tres hombres, mientras la mirada fija en su esposa la veía cubierta
de fluidos, cuerpo y rostro reclamados por otros. La excitación y la
humillación se entrelazaban en él, dejándole un nudo en la garganta y un
temblor en todo el cuerpo.
Keyla quedó exhausta, boca arriba, el pelo empapado pegado a
su cara y hombros, los ojos vidriosos de lágrimas y placer, la piel brillante
de sudor, saliva y semen. Sus pechos enormes brillaban con los restos de
fluidos, los pezones duros y sensibles marcados por las manos y el contacto de
los hombres. Su cara estaba bañada en el semen espeso de Mario y Jorge,
mezclándose con la saliva de Mike y las lágrimas que corrían por sus mejillas,
mientras su interior estaba completamente lleno del calor de Mike. Cada músculo
de su cuerpo temblaba, desde el cuello hasta las piernas, mientras intentaba
recuperar la respiración, pero sus labios seguían húmedos, marcados por el
sabor de todos los hombres que la habían usado sin descanso.
El sofá crujía bajo el peso del cuerpo de Keyla y los
hombres, las sábanas empapadas por la humedad, la habitación saturada de olor a
sexo y sudor. Los sonidos de succión, gemidos, golpes de carne y goteo de
fluidos llenaban el aire, un caos húmedo, intenso y salvaje, dejando claro que
Keyla había sido completamente reclamada, cuerpo y rostro, por los cuatro
hombres que la habían usado sin piedad. Cada respiración era entrecortada, cada
latido un recordatorio del placer extremo que la había sometido, transformando
su cuerpo en un lienzo vivo de lujuria y humillación.
Pasaron los minutos y la respiración de todos todavía era
agitada. Keyla yacía sobre el sofá, el pelo pegado a la piel por el sudor y los
restos de fluidos, los ojos vidriosos y la boca húmeda, intentando recuperar
algo de aire. Su cuerpo estaba saturado de placer y humillación, cada músculo
temblando mientras procesaba lo que acababa de ocurrir.
El único que parecía inamovible era Damián, el camarógrafo,
con la cámara aún colgando del cuello. Sus ojos recorrían la escena con
frialdad profesional, evaluando cada ángulo, cada expresión, cada detalle del
desastre húmedo que tenía delante. Finalmente, dejó escapar un comentario seco:
—Eso estuvo muy bien, pero creo que se dejaron llevar… yo no
pedí en ningún momento que se corrieran.
Mike, aún sudando y recuperando el aliento, se rascó la nuca
con incomodidad. Sus músculos tensos ahora relajados, su verga aún temblando
ligeramente por la adrenalina.
—Lo siento —dijo, con un hilo de sonrisa nerviosa—. Es solo
que… yo era gran admirador de ella en su época de modelo de lencería.
Jorge, apoyado en el respaldo del sofá, todavía respirando
con fuerza, soltó una risa nerviosa y se encogió de hombros.
—Yo también… jeje, lo siento —dijo, con una chispa de
vergüenza—. Era solo el personaje, supongo.
Raúl, rojo hasta la raíz del cabello, seguía sentado al
borde, la verga aún dolorosamente sensible por su propia masturbación. Bajó la
mirada y murmuró, apenas audible:
—Yo… yo también lo siento —su voz temblaba, la vergüenza
llenando cada palabra—.
El silencio que siguió fue pesado. El olor a sexo, sudor y
fluidos llenaba la habitación, mezclado con el sabor metálico de la adrenalina
en el aire. Keyla, todavía boca arriba, respiraba con dificultad, intentando
procesar la montaña rusa de sensaciones que había vivido, mientras sus ojos se
movían entre los hombres, comprendiendo sus disculpas pero también la
intensidad con la que la habían usado.
Damián finalmente bajó la cámara y la guardó, con un gesto
de aprobación profesional, aunque sin dejar de lado la frialdad característica
de alguien que había presenciado incontables escenas como aquella.
—Bien —dijo Damián, cruzando los brazos mientras miraba a
todos con aire de director—. Por el día de hoy creo que es suficiente,
continuaremos mañana con la película.
Raúl se incorporó un poco, aún con la respiración agitada y
la vergüenza marcada en su rostro.
—¡Eh! ¿Habrá más? —preguntó, la mezcla de curiosidad y
nerviosismo evidente en su voz.
—Claro que sí —respondió Damián con tranquilidad—. Esto es
solo una escena, nada más, y usted firmó con Culiovers Studios para una
película.
—Yo… no sabía eso —dijo Raúl, rascándose la nuca con una
sonrisa nerviosa, aún rojo como un tomate—. Jeje…
Keyla, sentada en el sillón con el cabello todavía húmedo y
el cuerpo brillante de sudor y fluidos, los observaba con una mezcla de
diversión y complicidad. Sus enormes tetas descansaban sobre su abdomen
mientras sus piernas se estiraban perezosamente, y su rostro aún mostraba los
rastros de la intensidad de la escena.
—Está bien, cariño —dijo con una risita, apoyando la espalda
contra el respaldo—. La primera vez es siempre la peor… y además, veo que todos
solo estaban siguiendo un papel, jeje.
Los hombres soltaron risas nerviosas. Mike frotó su nuca
mientras Jorge se acomodaba el pantalón, ambos intercambiando miradas
cómplices, todavía excitados pero aliviados de la pausa. Raúl respiraba
profundo, intentando procesar lo que había pasado y la perspectiva de que esto
no había terminado, mientras Keyla jugaba con un mechón de su cabello, aún
consciente de todo lo que acababa de vivir.
Mario, recostado en el borde del sillón y todavía
recuperando el aliento, frunció el ceño y exclamó:
—Señor Raúl, tengo una duda… no sabía que esto sería una
película ni cuanto duraría, ¿cierto?
Raúl se acomodó en la silla, visiblemente incómodo,
rascándose la nuca mientras su cara seguía roja por la vergüenza de lo
ocurrido.
—Sí… la verdad es que estábamos tan desesperados por el
dinero que solo firmamos y ya —dijo con voz baja, evitando mirar directamente a
Mario.
Mario frunció el ceño, cruzando los brazos mientras miraba a
Raúl con seriedad.
—Entiendo… pero… su esposa tomó el anticonceptivo, ¿verdad?
Raúl tragó saliva, un nudo formándose en su garganta. Su
mirada se dirigió hacia Keyla, todavía recostada en el sillón, el pelo pegado
al sudor y los fluidos, las tetas brillando con restos de semen y saliva,
respirando con dificultad tras la intensa sesión.
—Sí… sí lo tomó —dijo Raúl, con voz insegura, intentando
parecer confiado—. Nos aseguramos de eso…
Keyla levantó la cabeza, mirándolo con una sonrisa traviesa,
casi imperceptible, y arqueó una ceja.
—Bueno… —murmuró, jugueteando con un mechón de cabello
húmedo—. En realidad… creo que… no lo tomamos.
